La verdadera edad

Hace unos días fue mi cumpleaños y, como siempre suelo hacer, realizo un balance de todo lo ocurrido en ese año de vida que dejo atrás. Intento ser lo más objetivo posible y separo aquello que merece ser recordado de lo que solo genera sufrimiento. Veo qué personas han entrado en mi vida, cuáles han ido saliendo poco a poco por diversos motivos y cómo he sabido llevarlo. Analizo todo lo que he aprendido y lo que aún me queda por descubrir, aprender y disfrutar. Tantas y tantas vivencias en 365 días, que sería realmente complicado ponerlas en un mismo texto.

Este aniversario personal no ha sido diferente, aunque sí hay una cuestión que me ha llevado a escribir esto: la edad. Exacto, algo tan sencillo como este concepto, la dichosa edad ¿Qué edad tenemos realmente? ¿La que vamos adquiriendo con el paso de los años? No creo. Nuestro cuerpo tendrá X años de vida, pero nuestro verdadero ser quizá tenga más, quizá menos… Todo depende de nuestra experiencia vital, única e intransferible. Hay ancianos que se sienten como verdaderos adolescentes y disfrutan de los días de un modo más juvenil. Hay jóvenes que poseen un alma envejecida, oxidada por tanto sufrimiento. Lo importante es darnos cuenta de nuestra propia edad y de cómo aprovecharla.

Marcel Prévost, novelista y dramaturgo francés, dijo una vez: «Nuestro corazón tiene la edad de aquello que ama». No existe mayor verdad respecto a la vejez del alma que esta. Puedes tener 40 años y vivir cada día con la ilusión de un niño. Dejemos de pelear con las arrugas, las canas, los leves dolores de espalda… Son solo taras que tiene el cuerpo físico, pequeñas cicatrices de las experiencias diarias. Lo verdaderamente importante es cómo te sientes por dentro, las ganas de vivir que tienes, de aprender, de reír, de amar… Amar incondicionalmente a quien te hace feliz y a quien te hace creer que puedes con todo.

Miremos la vida con la ilusión de un niño, caminemos con las firmes piernas de un adulto, asumamos los errores cometidos con la sabiduría de un anciano. En definitiva, vivamos sin miedo, sin temor al qué pasará, porque no hay incertidumbre más bella que la propia vida.

 

-Un cuervo anónimo.