Tus labios

No he dormido nada pensando en ti, en tu sonrisa. He estado toda la noche intentando dibujarla en mi imaginación, pero me he dado cuenta que es imposible. No soy capaz de acercarme siquiera a crear algo parecido al borde de tu labio inferior sin caer en un error. Solo tú sabes iluminar mis días más oscuros con ese contorneo en tu rostro. Una verdadera ola de felicidad que, acompañada del sonido de tu voz, hacen que pierda la poca cordura que me queda y me sumerja en un auténtico delirio.

He mirado tus labios tantas veces. Besado, acariciado, mordido… Pero, por muy bien que afirme conocerlos, jamás seré capaz de imaginarlos en todo su esplendor. Son una perfecta armonía que me llevan al exilio, dejando atrás el mundo terrenal. Cómo los echo de menos. Cómo te echo de menos, G.

Labios llenos de amor, de vida, de calor, de recuerdos… Sin ellos, mi vida no sería igual. El simple hecho de querer acercarme a observarlos es una motivación que hace de cada día una aventura. Tus labios…. Cómo los echo de menos.

Puede que ahora, después de tantas horas sin dormir, sumergido en un estado casi místico, sea capaz de vislumbrar la verdadera esencia del recuerdo de tus labios, cercanos a lo divino.

Creo que los veo. Si estiro mi brazo un poco más, los tocaré… Los besaré como se besa una noche de invierno, y me arroparé entre susurros para llenar mi mente de verdadera calma. Cómo los echo de menos.

Cómo te echo de menos, G.

-Un cuervo anónimo.

Hablar y escribir

Hablar no sirve de nada si nadie te quiere escuchar. De hecho, lo comparo a la paradoja del árbol que cae en mitad del bosque y que ningún ser vivo ha podido oír. ¿Se puede considerar entonces que el árbol ha hecho ruido si no ha sido oído? Hablando a nadie ocurre lo mismo. La única persona que te va a escuchar eres tú mismo, y eso solo alimenta aún más la naturaleza y el peligro de tus pensamientos. Además, te encuentras condicionado a la espontaneidad y fugacidad de la palabra oral. Un conjunto de palabras que, normalmente, no pensamos demasiado a la hora de soltar por nuestra boca, empeorando aún más el hecho de escucharte a ti mismo.

Es cierto que, en ocasiones, dejar fluir pensamientos a través del habla sin pararnos a pensar en ellos es un gran desahogo y una forma de hacer que el que te escucha, al estar haciéndolo desde fuera, sepa que te ocurre algo. Pero para ello, debe haber alguien que te escuche…

Al igual que existe una diferencia clara entre oír y escuchar y entre ver y mirar, opino que existe (o debería existir) una diferencia entre hablar y el mero hecho de articular sonidos ordenados estructuralmente. Desde mi punto de vista, en el primer caso sabemos que alguien está escuchando lo que estamos diciendo (o al menos eso creemos), por lo que, al ser conscientes de ello, pensamos mejor aquello que queremos expresar. Sin embargo, si nadie va a escucharnos, no prestaremos atención a nuestras propias palabras, dejando así brotar pensamientos, ideas o emociones en un completo desorden cuidadosamente ordenado y estructurado.

Existen teóricos de la Comunicación y la Lingüística que afirman que el pensar y hablar con uno mismo es un tipo de diálogo en el que interviene una persona desde dos polos diferentes de su psique. No creo que esto sea posible del todo, a no ser que esa otra parte de ti tome conciencia propia para escuchar autónomamente lo que dices y así poder «responderte» de manera lógica, generando así una verdadera compartición de palabras (aunque todo esto ocurra en tu cabeza). Considero que eso es posible en momentos en los que nos encontremos verdaderamente rotos o fragmentados interiormente, generándose así otro yo interno con respuesta más o menos independiente. Sí sería bastante probable que ocurriese en los casos de trastorno de la personalidad múltiple, pero eso escapa a mi entendimiento y, además, es un caso totalmente diferente.

Con el acto de escribir ocurre lo contrario, a mi parecer. Al transmitir nuestras ideas o pensamientos al papel, o a un papel digital como es este blog, hemos tenido que decidir previamente el llevarlo a cabo. Nos hemos parado a pensar en escribirlo y, además, en cómo hacerlo. Tomamos así conciencia de aquello que vamos a expresar. Estamos, entonces, otorgándole un verdadero fin más que el simple hecho de emitir sonidos que nadie va a escuchar y que, por tanto, no existen.

Puede que ahora pienses que si nadie va a leer lo que escribas, no sirva para nada, al igual que al hablar a nadie. No creo que eso sea del todo cierto. Al escribir, dejamos un pedazo de nuestro ser en algún lugar. Puede que alguien diferente a nosotros llegue a leerlo algún día o puede que no, pero al haberlo hecho con conciencia (como he dicho antes), su valor y durabilidad aumentan. Además, posiblemente, sean palabras que en un futuro, más o menos cercano, no importa; termines leyendo tú mismo. En ese preciso momento será más real y útil aquello que escribiste. Al contrario que al escucharnos (oírnos desde mi punto de vista) a nosotros mismos, nos encontraremos en un momento temporal, puede que incluso espacial, diferente al que empleamos para impregnar esas páginas, físicas o digitales, con nuestras palabras. Por ello, seremos capaces de leer con cierta perspectiva mental y, en consecuencia, entender y razonar lo sucedido en aquel momento con mayor acierto que si nos escuchásemos articular sonidos espontáneamente para desahogarnos.

Tras esta reflexión, os invito a escribir, a dejar verdadera constancia de todo lo que pensáis, sentís o deseáis; porque puede que un día sea útil a alguien que realmente lo necesite. O, mejor aún, a vosotros mismos.

-Un cuervo anónimo.

Pudo más

¿En qué momento el miedo pudo más que las ganas de seguir adelante?

A diario lucho contra el miedo a lo desconocido, a cometer nuevos errores que me devuelvan a momentos ya pasados que no quiero revivir; el miedo al no ser capaz, al qué dirán, a la decepción, al dolor, al amor sin reproches, por el simple hecho de no creer que exista. Miedo al cariño, a recordar, a olvidar… Y lo peor, miedo a mí mismo; el peor de todos.

Mirar al espejo y ver la sombra de alguien a quien no conoces. Alguien que es capaz de destrozar todo tu mundo con solo un gesto, sin saber cómo evitarlo. ¿En qué momento el miedo pudo más?

No digo que sea imposible continuar, pero sí difícil. Muy difícil. Al fin y al cabo, nadie puede hacerte más daño que tú mismo, ya que nadie conoce mejor tus miedos, tus alegrías, tus penas, tus aspiraciones, tus posibles metas… Incluso ahora, que me encuentro escribiendo estas palabras, él no quiere que termine. No quiere que se sepa la verdad, pero he de contarla. El mundo debe saber que no estoy solo y que jamás lo he estado.

¿Y si realmente es esto lo que deseo? Puede que sencillamente tenga miedo de perder esa parte de mí que me hace diferente, que me hace ser autodestructivo, aportándome cierta fuerza a la par que temor. Quizás lo necesite. Quizás él me necesite y por eso no me deja marchar.

¿En qué momento el miedo pudo más?

-Un cuervo anónimo.

Comienza a caminar

Dicen que los primeros pasos son importantes. Con ellos muestras al mundo cuan firme caminas, si tu rumbo es recto o más bien vas por la vida dando palos de ciego, puede que dejes ver que posees cierta tendencia a grandes aspiraciones que escapan de lo terrenal o que simplemente te limites a ser un transeúnte más en un caos en constante intento de equilibrio.

¿Acaso es tan importante? Si vamos a juzgar a cualquier individuo por sus primeros pasos en un ambiente nuevo para él, ¿no estaremos cayendo quizás en un terrible error?

En primer lugar, debemos saber que cualquier inicio es duro. Cierto es que hay personas que tienen un don para realizar algunas tareas, pero eso no hace que sean perfectas. Esa es la única perfección del ser humano, el ser puramente imperfectos.

Lo daremos todo desde el principio, nos llevaremos enormes decepciones, noches en vela cuestionándonos nuestro por qué en aquel lugar, nuestro para qué. Cometeremos errores que nos gritarán a la cara que dejemos que estamos haciendo, que nos dediquemos a algo mejor… Ríete de ellos, pues con el sonido de sus burlas crearás maravillosas canciones. ¿No es en esencia eso la vida? El poder equivocarse y aprender de ello. El ser mejor cada día gracias a todos los fallos cometidos. Sí señor, eso es… fallos. Y no debemos tenerles miedo, porque algún día nos alegraremos de haberlos llevado a cabo. Por eso no es bueno juzgar a nadie por sus primeros pasos. Para nada.

En segundo lugar, si hacemos eso, estaremos condicionando la visión de esa persona sobre aquello que le rodea y su capacidad para expresarse. Nadie tiene el derecho de reprimir su ilusión y sus ganas de aprender y dar más.

Alguien me dijo una vez que si haces algo, lo hagas bien. Así no tendrás que repetirlo dos veces. Yo digo: si haces algo, disfruta, sé tú mismo, sin importar las veces que tengas que hacerlo. Haz que todo lo que crees sea especial, sea un regalo para el mundo por el simple hecho de ser único. De ser tuyo. Atrévete y camina sin miedo.

-Un cuervo anónimo.