«400 Years» — Crítica

Si algo podemos observar actualmente es la necesidad de vivir experiencias, acumular recuerdos, aprovechar el tiempo al máximo, conocer cuantos más lugares mejor… Queremos más, más y más, y, para colmo, cada vez más rápido. Porque, si conseguimos algo más rápido, no perderemos tiempo esperando y podremos emplearlo en otra cosa. Esto hace que nos planteemos cómo valoramos el tiempo que invertimos en hacer todo eso. De hecho, la situación que ha traído consigo el COVID-19, aparte de una crisis social, sanitaria, económica y de otras índoles, es la de pararnos a reflexionar sobre cuánto tiempo necesitamos realmente para llevar a cabo una tarea, para disfrutar un momento de nuestros seres queridos o, sencillamente, para descansar. Así, la frase “no tengo tiempo”, se ha convertido en un quebradero de cabeza para más de uno. Al tener “más tiempo” por estar obligados a quedarnos en casa — algo realmente curioso puesto que, como diría Mamoru Hosoda en su película La chica que saltaba a través del tiempo (2006), “el tiempo no espera a nadie” y, por tanto, no tenemos más o menos tiempo, sino que el tiempo “está” o “es” de manera independiente —, tenemos la sensación de poder usarlo cómo y cuándo queramos, haciendo que las obligaciones, e incluso las devociones, terminen por acumularse. No queremos esperar, queremos hacer algo ya. Lo que ocurre es que, a veces, debemos dejar que la vida y el tiempo transcurran. Debemos practicar la paciencia, y qué mejor juego para aprender estas dotes que 400 Years.

“Qué insensato es el hombre que deja transcurrir el tiempo estérilmente” — Goethe

400 Years es un juego desarrollado por Scripwelder que fue lanzado en febrero de 2013. En él, el jugador se convierte en una estatua que recuerda a los moáis de la Isla de Pascua. Mediante sencillos controles, deberá avanzar por la historia para evitar una catástrofe que tendrá lugar dentro de cuatrocientos años. Parece mucho tiempo para un juego que tan solo requiere unos veinte minutos, pero es en este aspecto donde recae el potencial de 400 Years. Con tan solo mantener pulsada la barra espaciadora, la estatua se quedará quieta y el tiempo comenzará a transcurrir, viendo pasar las estaciones con ello. Esta habilidad es la que el jugador deberá aprender a dominar para resolver los puzles que se plantean en el juego, teniendo en cuenta que, si agota los años sin evitar la catástrofe, perderá la partida.

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Pantalla de 400 Years

Partiendo de esta sencilla mecánica, tan solo debemos enfrentarnos al peor reto de todos: dejar el tiempo fluir. Y es que, como comentaba al principio del post, si algo nos aterra es ver cómo “desaprovechamos” el tiempo sin hacer nada. De lo que no somos conscientes muchas veces es que dejar que el tiempo pase tan solo coloca cada cosa en su lugar. Por ejemplo, en el juego, si necesitamos subir a un lugar más alto del que nos encontramos, deberemos dejar el tiempo pasar para ver cómo un árbol crece cada vez más. Así, podremos usarlo como escalera para poder subir al lugar ansiado. Es por eso que el juego llama tanto la atención, ya que vivimos en una sociedad en la que los cambios son constantes; lo que antes ocurría en un año, ahora sucede en un mes. Resulta escalofriante pensar en la cantidad de acontecimientos y estímulos a los que somos expuestos a diario, yendo cada vez más en aumento. Aprender a esperar y practicar la paciencia y la observación es un hecho al que el juego nos enfrenta de cara. Esta esencia, contraria a nuestra dinámica social actual, convierte a 400 Years en todo un acierto lúdico y reflexivo.

(Si no has jugado al juego, te recomiendo que lo hagas antes de continuar leyendo)

Pero, ¿qué ocurre si además de “obligarnos” a hacer pausas, el juego nos empuja a aprender por narices el significado más puro de la palabra “sacrificio”? Y es que, si queremos superar la partida con éxito, debemos ofrecer nuestra vida, la de la estatua moái, para ayudar al resto de seres y, finalmente, para salvarles de una catástrofe que arrasaría con ellos.

Como ya hemos comentado, las personas buscan aprovechar más el tiempo para hacer de sus vidas un caldero con mejores ingredientes. Pero claro, todo ello parece no servir de nada si no lo mostramos al mundo. Si voy de cena con mis amigos, subo una foto del acto a Instagram. Si hago un viaje con mi pareja a Roma, inundo Facebook de fotos y vídeos juntos. Si me aburro en casa y decido dibujar algo, voy comentando en Twitter qué hago y qué no… Buscamos alardear de todo lo que vivimos con el fin de sentirnos mejor y hacernos creer que no estamos desaprovechando el momento. Este pequeño acto teñido de una densa egolatría choca con uno de los sentimientos que más ayudan al ser humano a ser social y convivir adecuadamente: la empatía. Si no sabemos ponernos en el lugar del otro, no seremos capaces de valorar la vida con plenitud. Como hemos dicho, en 400 Years debemos gestionar el tiempo que nos queda para a ayudar a las personas que, para colmo, se asustan cuando nos ven, y, además, debemos decidir si queremos sacrificarnos o no por un bien común. Si no terminamos por arrojarnos al volcán que arrasará con el planeta, perderemos la partida. Este valor añadido del juego enseña la necesidad de la empatía a través de su máxima representación: el sacrificio de una vida, la nuestra, para salvar todas las demás. Además, un estudio ha demostrado que las estatuas moái fueron situadas en lugares estratégicos para indicar dónde había agua potable, algo que en el juego se traduce en ayudar a los aldeanos a conseguir el grano que les permitirá subsistir y crecer como sociedad.

400 Years se presenta como un juego con una estética sencilla que esconde detrás un mensaje muy valioso para la sociedad actual. Valorar el tiempo y ejercer la empatía se ha convertido hoy día en todo un desafío para la propia vida.

 

–Cristóbal Ramírez Villalba

(Un cuervo con nombre)


Crítica para la asignatura de Teoría y Crítica Audiovisual y Multimedia, Grado en Comunicación Audiovisual; curso 2019/2020.

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